Aturdida por recuerdos
Hoy me he sorprendido varias veces con la mirada perdida pensando en nada, o puede que pensando en todo sin llegar a nada.
Me he acordado de cuando no tenía preocupaciones, cuando jugaba con mi vecino en la nieve sin seguir el consejo de mi madre de ponerme los guantes, con lo cual subía a casa con las manos heladas, tiritando de frío, pero merecía la pena disfrutar del tacto de la nieve.
También me he acordado de los primeros días en mi nuevo barrio, en mi nuevo país. El saludo de la hija de mi vecina, con un gatito entre los brazos. No me dejó tocarlo, era suyo y solo lo podía tocar ella, a los pocos días se deshizo del pobre animal porque le tenía alergia.
Otro día jugando en la calle varias chicas del bloque, descubrimos horrorizados que el perrito de una de ellas tenía una herida en la pata y sangraba bastante, como yo había estado toda la mañana jugando con el perro me culparon de eso, yo no le hice nada, ni siquiera estaba con él en ese momento, pero me culparon una y otra vez. La última imagen que tengo de él, es como se lo llevaba mi vecina envuelto en una manta, no lo volví a ver.
Me asaltan muchos recuerdos, como el día que jugaba sola en el campo de enfrente de mi casa, buscando quizá algún animalillo para poder admirar, pero sin fijarme donde pisaba, y caí en un agujero. Cuando me desperté, estaba en el suelo, aturdida, no me había hecho daño, pero me costó salir, nadie de alrededor me escuchaba, estaba sola, y al salir me clavé una espina en la mano. Al subir a casa mi madre me dijo que dónde me había metido, y me echó bronca por ir rebozada de arena, se me quitaron las ganas de decirle lo que me había pasado, y en lugar de pedirle que me quitara esa espina callé. Yo sola conseguí arrancar esa espina de mi carne, no necesité la ayuda de ningún adulto.
El día que bajo la lluvia fui a buscar la feria, pero no la encontré, solo me vi envuelta en barro, y desilusionada volví a mi casa. Tremenda reprimenda me cayó, y tuve que aguantar los constantes reproches de mi madre mientras me metía en la bañera, yo lloraba porque no había encontrado la feria y porque al volver no estaba mi abuela, había venido a vernos pero no me despedí ese día, por buscar una feria fantasma.
Cada verano íbamos al país donde nací, pero la vuelta era para mí una tortura, volver a este piso vacío, solo, abandonado. Solo podía llorar y llorar desconsolada, aferrando entre mis brazos todo lo que me regalaba mi abuela, echándola de menos, obedeciendo cada una de sus palabras, me decía cada noche durante las vacaciones, lávate los dientes, a mi madre no le hacía caso, pero a mi abuela sí, y cuando llegaba aquí, aunque ella no me viera me lavaba los dientes a conciencia, y cuando por un descuido no lo había hecho me sentía una traidora ¡qué cosas!.
En esos días de verano que pasaba en el sitio donde más a gusto he estado, con mis abuelos, pasaba días perdida jugando con los animalejos que encontraba, también era un poco mala pues cazaba moscas para después colocarlas en alguna telaraña, y esperar a que la propietaria reclamara su botín, pero así es la vida, la pobre araña también tenía que comer jeje.
Me he acordado de tantas cosas que podría pasar horas enteras escribiendo, pero ya me he cansado. Ni siquiera sé si estoy bien o solo disimulo, en realidad me importa todo, me preocupo por todo y tengo rachas malas, rachas buenas (pocas, pero las tengo) pero ahora mismo estoy en un momento en el que no sé si estoy bien o me vuelvo a esconder tras una máscara. Quizá pueda seguir sonriendo por un tiempo, hasta el día que no pueda más y vuelva a llorar. Mientras sonrío, recuerdos vuelven a mi mente y me río de mi vida.
Me he acordado de cuando no tenía preocupaciones, cuando jugaba con mi vecino en la nieve sin seguir el consejo de mi madre de ponerme los guantes, con lo cual subía a casa con las manos heladas, tiritando de frío, pero merecía la pena disfrutar del tacto de la nieve.
También me he acordado de los primeros días en mi nuevo barrio, en mi nuevo país. El saludo de la hija de mi vecina, con un gatito entre los brazos. No me dejó tocarlo, era suyo y solo lo podía tocar ella, a los pocos días se deshizo del pobre animal porque le tenía alergia.
Otro día jugando en la calle varias chicas del bloque, descubrimos horrorizados que el perrito de una de ellas tenía una herida en la pata y sangraba bastante, como yo había estado toda la mañana jugando con el perro me culparon de eso, yo no le hice nada, ni siquiera estaba con él en ese momento, pero me culparon una y otra vez. La última imagen que tengo de él, es como se lo llevaba mi vecina envuelto en una manta, no lo volví a ver.
Me asaltan muchos recuerdos, como el día que jugaba sola en el campo de enfrente de mi casa, buscando quizá algún animalillo para poder admirar, pero sin fijarme donde pisaba, y caí en un agujero. Cuando me desperté, estaba en el suelo, aturdida, no me había hecho daño, pero me costó salir, nadie de alrededor me escuchaba, estaba sola, y al salir me clavé una espina en la mano. Al subir a casa mi madre me dijo que dónde me había metido, y me echó bronca por ir rebozada de arena, se me quitaron las ganas de decirle lo que me había pasado, y en lugar de pedirle que me quitara esa espina callé. Yo sola conseguí arrancar esa espina de mi carne, no necesité la ayuda de ningún adulto.
El día que bajo la lluvia fui a buscar la feria, pero no la encontré, solo me vi envuelta en barro, y desilusionada volví a mi casa. Tremenda reprimenda me cayó, y tuve que aguantar los constantes reproches de mi madre mientras me metía en la bañera, yo lloraba porque no había encontrado la feria y porque al volver no estaba mi abuela, había venido a vernos pero no me despedí ese día, por buscar una feria fantasma.
Cada verano íbamos al país donde nací, pero la vuelta era para mí una tortura, volver a este piso vacío, solo, abandonado. Solo podía llorar y llorar desconsolada, aferrando entre mis brazos todo lo que me regalaba mi abuela, echándola de menos, obedeciendo cada una de sus palabras, me decía cada noche durante las vacaciones, lávate los dientes, a mi madre no le hacía caso, pero a mi abuela sí, y cuando llegaba aquí, aunque ella no me viera me lavaba los dientes a conciencia, y cuando por un descuido no lo había hecho me sentía una traidora ¡qué cosas!.
En esos días de verano que pasaba en el sitio donde más a gusto he estado, con mis abuelos, pasaba días perdida jugando con los animalejos que encontraba, también era un poco mala pues cazaba moscas para después colocarlas en alguna telaraña, y esperar a que la propietaria reclamara su botín, pero así es la vida, la pobre araña también tenía que comer jeje.
Me he acordado de tantas cosas que podría pasar horas enteras escribiendo, pero ya me he cansado. Ni siquiera sé si estoy bien o solo disimulo, en realidad me importa todo, me preocupo por todo y tengo rachas malas, rachas buenas (pocas, pero las tengo) pero ahora mismo estoy en un momento en el que no sé si estoy bien o me vuelvo a esconder tras una máscara. Quizá pueda seguir sonriendo por un tiempo, hasta el día que no pueda más y vuelva a llorar. Mientras sonrío, recuerdos vuelven a mi mente y me río de mi vida.
5 comentarios
olvido -
silvia -
ay olvidiwini...
olvido -
Hellcat, pues sí, pobrecita, espero esos mimitos ansiosa,un beso.
Hellcat -
Por suerte tengo una bolsa llena de mimitos para ti.
Te doy ahora unos cuantos, pero deja que me guarde la mayoría para el sábado :P.
Mimitos, mimitos, mimitos, mimitos, mimitos.
elborde -
Te sigo.