La mujer loca que lloraba en el metro.
¿Cómo frenar este sentimiento que me atraviesa el alma?
No soporto este sufrimiento que se apodera de mi cada noche. No puedo secar las lágrimas de mi cara pues no dejan de brotar de mis ojos. Y me vienen recuerdos:
Recuerdo aquella noche. Desde entonces no he soltado el colgante de cuarzo rosa(que según dicen atrae el amor), he dormido cada noche sujetándolo con mi mano.
Recuerdo dos días después de aquella noche, el día en que quedamos en el centro comercial, entré y te encontré de espaldas, no sabía como afrontar ese encuentro, no sabía como decirte hola, no sabía como mirarte y entonces recuerdo como me abrazaste sin decir nada. Te sentí tan cerca, tan cerca como habías estado siempre, pero esa cercanía en realidad era una ilusión, un oasis en medio del desierto, pues ya no podíamos estar tan cerca el uno del otro.
Recuerdo como lloraba entre tus brazos, y como evitaba mirarte el rostro para evitar la tentación de besarte, beso que en otra ocasión habrías sido tan natural. Y después, pasos, al menos un metro entre nuestros cuerpos o entre nuestras manos. Tan cerca pero tan lejos. Andábamos sin mediar palabra, y con cada paso se me desgarraba el alma. Necesitaba darte la mano, darte la mano como el día en que quedamos en aquel mismo centro comercial, el día en que me utilizaron, el día en que tú viniste en mi ayuda, y aunque aquel día también sufrí, habría preferido ese sufrimiento al que ahora estaba viviendo.
Recuerdo tu mirada perdida en la cafetería mientras tomábamos algo. Ninguno de los dos sabía qué decir, y con esfuerzo me preguntaste ¿ahora te arrepientes de haber venido?, y yo respondí que no, no me arrepentía, porque tenerte delante de mí es lo que me daba energía, aunque por dentro sufriera esa lejanía que había crecido entre nosotros en tan solo dos días.
Pasado un tiempo empezamos a hablar como si nada hubiera pasado, como si ya no nos separara nada. pero la separación se notaba en las pequeñas cosas, en los roces desafortunados, en las manos en los bolsillos para no romper ese alejamiento. Y entonces, la despedida, tú a tu casa y yo a la mía, ni un beso, ni un largo abrazo, tan solo un adiós con la mano y lágrimas llenándome los ojos mientras tú te alejabas. Y con cada metro que recorrían mis pies, con cada centímetro llegaba la desesperación. Me faltaba respirar, no encontraba consuelo, y encima una mujer loca llorando en el metro. Ella lloraba y lloraba, sola. Yo también estaba sola y las lágrimas me ahogaban. Y esperando el tren, de nuevo acompañada por la soledad, entre desconocidos, mostrando mi vulnerabilidad con lágrimas en los ojos. Y tus mensajes, y el pozo sin fondo.
Eso recuerdo, mis pocas ganas de vivir. Preferiría no sentir, no sentir nada, igual que preferiría no sentir lo que siento ahora, lo que sentí en aquel momento, mientras una mujer loca lloraba en el metro...
No soporto este sufrimiento que se apodera de mi cada noche. No puedo secar las lágrimas de mi cara pues no dejan de brotar de mis ojos. Y me vienen recuerdos:
Recuerdo aquella noche. Desde entonces no he soltado el colgante de cuarzo rosa(que según dicen atrae el amor), he dormido cada noche sujetándolo con mi mano.
Recuerdo dos días después de aquella noche, el día en que quedamos en el centro comercial, entré y te encontré de espaldas, no sabía como afrontar ese encuentro, no sabía como decirte hola, no sabía como mirarte y entonces recuerdo como me abrazaste sin decir nada. Te sentí tan cerca, tan cerca como habías estado siempre, pero esa cercanía en realidad era una ilusión, un oasis en medio del desierto, pues ya no podíamos estar tan cerca el uno del otro.
Recuerdo como lloraba entre tus brazos, y como evitaba mirarte el rostro para evitar la tentación de besarte, beso que en otra ocasión habrías sido tan natural. Y después, pasos, al menos un metro entre nuestros cuerpos o entre nuestras manos. Tan cerca pero tan lejos. Andábamos sin mediar palabra, y con cada paso se me desgarraba el alma. Necesitaba darte la mano, darte la mano como el día en que quedamos en aquel mismo centro comercial, el día en que me utilizaron, el día en que tú viniste en mi ayuda, y aunque aquel día también sufrí, habría preferido ese sufrimiento al que ahora estaba viviendo.
Recuerdo tu mirada perdida en la cafetería mientras tomábamos algo. Ninguno de los dos sabía qué decir, y con esfuerzo me preguntaste ¿ahora te arrepientes de haber venido?, y yo respondí que no, no me arrepentía, porque tenerte delante de mí es lo que me daba energía, aunque por dentro sufriera esa lejanía que había crecido entre nosotros en tan solo dos días.
Pasado un tiempo empezamos a hablar como si nada hubiera pasado, como si ya no nos separara nada. pero la separación se notaba en las pequeñas cosas, en los roces desafortunados, en las manos en los bolsillos para no romper ese alejamiento. Y entonces, la despedida, tú a tu casa y yo a la mía, ni un beso, ni un largo abrazo, tan solo un adiós con la mano y lágrimas llenándome los ojos mientras tú te alejabas. Y con cada metro que recorrían mis pies, con cada centímetro llegaba la desesperación. Me faltaba respirar, no encontraba consuelo, y encima una mujer loca llorando en el metro. Ella lloraba y lloraba, sola. Yo también estaba sola y las lágrimas me ahogaban. Y esperando el tren, de nuevo acompañada por la soledad, entre desconocidos, mostrando mi vulnerabilidad con lágrimas en los ojos. Y tus mensajes, y el pozo sin fondo.
Eso recuerdo, mis pocas ganas de vivir. Preferiría no sentir, no sentir nada, igual que preferiría no sentir lo que siento ahora, lo que sentí en aquel momento, mientras una mujer loca lloraba en el metro...
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Mayte -